viernes, 10 de mayo de 2013

ABUELA DE LA LUNA Y DEL SOL

Comencé mis andanzas como CUENTACUENTOS, adquiriendo un personaje sugerido y dirigido por Federico Martín: La hija del Sol y de la Luna. Con este personaje contaba cuentos de la Luna y del Sol a los infantes de tres años en adelante. Eran los años noventa del siglo pasado.
Cuando hace unas semanas me propuso mi amigo Juanma, socio de Acción Educativa y maestro de infantil del colegio Miguel Hernández de Getafe, realizar una contada en su escuela desde un personaje de abuela, haciendo un recorrido por el folklore infantil, en seguida apareció en mi mente la idea de adquirir el personaje de ABUELA DE LA LUNA Y DEL SOL. 
Y me presenté en la escuela con mi camisa de lunas y una falda negra, de noche oscura. El pelo algo cano y una cesta con lanas y agujas largas para tejer estrellas mientras esperaba la llegada del público.



Me presenté como abuela, primero de Luna, cantando las nanas que le cantaba a mi nieta cuando acababa de nacer. 

A la nanita nana, nanita ea, nanita ea, mi niña tiene sueño, bendita sea. Ea, ea.

Luna lunera, cascabelera, los ojos azules, la cara morena....
Después las cancioncillas que iban recorriendo y reconociendo el cuerpo.

Cinco lobitos, tiene la loba, grandes y negros detrás de la escoba. Cinco parió, cinco crió y al pequeño tetita le dio.

Daba daba daba, daba la mozita. Daba daba daba en la cabecita. Daba daba daba y no se lastimaba. Pero tanto dio, que se lastimó

Este fue a por leña, este la partió, este compró un huevo, y este lo frió. Y este gordito se lo comió se lo comió. 

Niña bonita, flor de alhelí, la cara bonita y no tiene pipí. Niña bonita, flor de manzana, la cara bonita, las ancas de rana. Niña bonita, flor de canela, tan boniquita como su abuela.

A los bebés hay que llenarles de cantos el cuerpo. Mi nieta Luna lunera brilla mucho cuando brilla en la noche, porque tiene su cuerpo lleno de cantos.

El día que Luna estaba crecida y redonda redonda redonda como un queso y nadie puede darle un beso) nació mi nieto Sol. Entonces fue ella, Luna, quién le cantó una canción:

Sol solito, caliéntame un poquito. Para hoy para mañana, para toda la semana. Lunes, martes, miércoles, jueves, viernes, sábado y domingo. (Y un pequeño sol va saliendo de su cuna redonda)



 Y como Luna ya sabía contar, contaba estrellas para desayunar:
Una dola tela catola, quila quilete, estaba la reina en su gabinete. Vino Gil, apagó el candil, candil candilón. Cuenta las veinte que las veinte son.

Y después los cuentos, los primeros cuentos. Los cuentos más cortos...... y los más largos. Los que son redondos, como ella, Luna, y nunca se acaban.......

Este es el cuento de la banasta, y con esto basta que basta.

¿Quieres que te cuente el cuento del gallo colorao que nunca se acaba y ahora se ha acabado?

¿Quieres que te cuente otro cuento muy largo muy largo? Un ratón se subió a un árbol y este cuento ya no es más largo.

Este es el cuento de la bellota, que tenía la panza rota y el demonio de su mujer no se la quería coser. Ni con una aguja ni con un alfiler.

Esta era una hormiguita que de un hormiguero salió calladita y se metió en un granero; Se robó un triguito y arrancó ligero. Salió otra hormiguita del mismo hormiguero y muy calladita se metió al granero, se robó un triguito y arrancó ligero. Y salió otra hormiguita…

Esto era un gato, con las orejas de trapo y la barriga al revés, ¿quieres que te lo cuente otra vez? Yo no te digo ni que si ni que no; Yo solo digo que….




Y cuando Luna ya había crecido del todo y brillaba en el cielo redonda como un queso y nadie puede darle un beso.... entonces nació Sol, y ella misma, Luna, le cantaba canciones de cuna.

Pajarito que cantas en la laguna, no despiertes al niño que está en la cuna. Ea la nana, ea la nana, duérmete lucerito de la mañana.

Continuamos después con cuentos algo más largos, como la ratita convertida en niña, cuento medieval hindú que encontré en el Panchatantra, dentro de la maravillosa hª de Calila y Dimna"

.

Y también Cuentos con papiroflexia, como la niña que soñó con ser princesa, a partir de un cuadrado de papel... pasando por el comecocos, muy conocido por la mayoría del público asistente.

                                     

Y terminamos con un romance. Escrito por Ana Luisa Ramírez para un cuento que inventé hace.... no sé, antes de ser abuela y desde luego en el siglo pasado. Es un cuento moderno y antiguo. Eterno. 
 
 



Ilustración de la niña: Paloma González


EL CUENTO DE LA VIEJA


Cuenta el cuento de la vieja
que vivía una ancianita
en una apacible casa
de campo con ventanitas.

Pero envejeció la vieja
y quedó tan arrugada
que se hizo chiquitita
y a ningún sitio alcanzaba.

No podía ya en su mesa
comer, pintar o escribir
ni levantar la persiana
para ver el sol salir.

Su vestido preferido
era verde y con motitas,
pero  no podía alcanzarlo
ni aun puesta de puntitas.

Así que decidió un día
otra casa ir a buscar,
se lanzó por esos mundos
y a un gran parque fue a parar.

En una roca rugosa
a descansar se sentó
y cuando casi dormía,
aquella roca tembló.

-¡¿Qué le pasa a este pedrusco?!-
gritó la vieja asustada.
-¡Señora! Que soy tortuga
y a mí no me pasa nada.

-¡Ay, qué casa tan bonita!
¿No me dejaría entrar?
-Pruebe usted si es lo que quiere;
no sé si lo va a lograr.

Por arriba y por abajo
lo intentó la viejecita,
pero no encontraba un hueco
para entrar en la casita.

-Ya veo que no hay manera;
me buscaré otra morada;
aunque, ahora que me fijo…
¡Está usted muy arrugada!

Y por despedirse de ella
con un poco de alegría,
recordando a Elena Walsh,
recitó esta poesía:

“En Tucumán vivía una tortuga
viejísima, pero sin una arruga,
porque en toda ocasión
tuvo la precaución
de comer bien planchada la lechuga”.
  
Andando andando llegó
a un estanque nuestra anciana
y en aquel líquido espejo
se miró arrugas y canas.

Mas cuando en éstas estaba,
en el musgo resbaló
y la pobre viejecita
en su espejito se hundió.

-¡Socorro, no sé nadar!-
gritaba chapoteando;
pero justo en ese instante
pasaba un pato nadando.

En buena hora pasó
aquel amable patito
pues la dejó en la otra orilla
con cuidado, despacito.

Mil gracias al buen amigo
dio en ese mismo momento
la viejecita, que supo
que él era un pato de cuento.

Tú eres el patito feo,
 que a ti te conozco yo.
¡Sigue, sigue tu camino!
Que tu cuento aún no acabó.

Y quedó como una sopa
tendida en el verde musgo
para secarse en el sol
y reponerse del susto.

Quiso la casualidad
que una niña allí llegara
y al ver a la viejecita
dijo: -¡Hala! ¡Qué monada!

-Es una linda muñeca,
justo la que yo quería.
Y sin pensarlo dos veces
se la metió en la mochila.

-¡Oye, guapa! ¿De qué vas?
¡Pero tú qué te has creído?
-¡Toma ya! ¡Y encima habla!
¡Mi deseo concedido!

-¡Que no soy una muñeca!
¡Que estoy viva y coleando!-
Le gritaba nuestra anciana.
La niña ya se iba andando.

Y siguieron el camino
hasta una enorme mansión.
-¡Dios mío!- dijo la anciana-
¡Yo no quiero un caserón!

Se equivocó sin embargo
la enfurecida ancianita.
Estaba en esa mansión…
¡Su deseada casita!

Una casa de muñecas
aquella niña cuidaba
esperando que algún día
por alguien fuera habitada.

Con su mesa preparada:
plato, libro y tenedor.
Y pinturas de acuarela…
¡No podía ser mejor!

En un armario tenía
vestidos de mil colores.
¡Faldas, calcetines, blusas,
camisetas, pantalones…!

No le faltaba detalle,
todo estaba a su medida.
Veía salir el sol
con la persiana subida.

Y cuando al anochecer
la vieja estaba cansada,
la niña la recogía
y en su cama la acostaba.

La niña ya tenía su muñeca.
La anciana ya tenía su mansión.
Las dos fueron felices muy felices
y este cuento por fin, ya se acabó.


Texto romance: Ana Luisa Ramírez.                 CUENTO DE LA VIEJA          Idea original: Amalia G. Bermejo  . 
                                                        

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